1.2. Segundo paso: la privatización de la sexualidad

Sucede con la separación que se produce en el pensamiento inglés en el campo de la moral entre el ámbito público y el privado. Es debido a la amarga experiencia de las guerras de religión, por la cual la moral se centra en la construcción de la convivencia por medio de un acuerdo social. En estas condiciones se hace más fuerte la anterior tendencia de la secularización, todo aspecto religioso pasa al ámbito de lo privado sin una relevancia social.
La experiencia moral se centra entonces en los aspectos públicos, todo aquello que se atribuye a la vida privada queda bajo el umbral de la tolerancia y la libertad de la conciencia, dos valores que a partir de la llegada de la democracia como forma nueva de gobierno conforman el eje fundamental de articulación entre lo público y lo privado. La sexualidad pasa a considerarse una realidad fundamentalmente privada sin una repercusión pública. Se trata a primera vista de una fractura sutil, pero terriblemente perniciosa para la vida personal pues consiste en una grieta abierta entre dos ámbitos significativos en la vida que se van a considerar de modos muy diversos y en el cual se asienta una de las mediaciones principales de la familia. El ámbito público va a ser el campo de los intereses enfrentados que hay que saber coordinar por acuerdos; y el privado, el campo donde el interés propio parece ser el criterio principal para dirigir la vida. El matrimonio como realidad en la vida de los hombres ha dado un giro fundamental; depende cada vez más del arbitrio de las personas que miran sólo sus propios deseos. Todavía el matrimonio no está afectado en cuanto institución legal, pues no sufre variaciones sustanciales, pero sí en cuanto realidad de vida que comienza a medirse en comparación a los deseos subjetivos. Así queda el matrimonio desgajado de su valor social, como un asunto que sólo interesa a los contrayentes.
En el marco de ese doble horizonte de vida público-privado surge el que podemos denominar sujeto utilitario. Se trata ante todo de la persona que interpreta su vida desde parámetros de bienes útiles y de los resultados de un acuerdo para formar "un mejor estado de cosas en el mundo". Este hombre se deja guiar por un modo específico de juicio práctico: aquél que no contempla los fines para centrarse en los medios correspondientes a los propios intereses. El juicio es recto en la medida en que su cálculo conduce a los resultados mejores según una valoración social externa. Para que este modo de juzgar pueda en verdad dirigir la vida es preciso dar paso a una reducción muy notable: todo debe ser medible y sopesable. Se pierde así la fuerza de la convicción y el sentido de absoluto que se incluye en la experiencia moral. La determinación del bien se convierte entonces en un acuerdo de intereses por una valoración de resultados.
Esto es posible por el secularismo anterior que queda aquí confirmado. El juicio utilitario es factible en la medida en que tiene ante sí objetos que se reconoce como susceptibles de ser usados. La conciencia se reinterpreta, pasa a ser lo más privado, casi el único reducto en el que queda el aspecto religioso. Todo esto se asume en el ámbito de las ideas mucho más que en el de la vida real, en ésta las variaciones de comportamientos son pequeñas ante todo por la aparición de un nuevo elemento de gran importancia moral y que afecta directamente a la sexualidad humana que es el puritanismo.

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