1.1. Primeta etapa: la secularización de la sexualidad

Como tal, nos referimos al hecho de dejar de considerarla como un elemento con un contenido de misterio y de trascendencia, significados presentes en todas las culturas y todas las religiones; en cambio en una visión secularizada la sexualidad se valora como algo meramente mundano y por consiguiente bajo el dominio del hombre como un elemento más de su naturaleza física. Es un fenómeno sin precedentes en la historia de la humanidad, se produce por vez primera con Lutero, es él el que al negar el valor sacramental del matrimonio llega a reducir la realidad propia de la sexualidad al nivel del Weltethos, su ética mundana, que tiene que ver con el modo concreto de la convivencia entre los hombres, en todo caso, separada del Heilethos o ética sagrada que tiene que ver directamente con la fe. Es una interpretación que se funda en un dualismo que separa radicalmente dos ámbitos de vida: uno para Dios y otro para el mundo.
Este proceso de secularización alcanzará su expresión plena con la aparición del matrimonio civil con la Revolución Francesa, es la vez primera que el matrimonio se concibe como un suceso sin ningún contenido religioso, como un simple acuerdo de dos voluntades. Es necesario señalar en ello la influencia del pensamiento teísta por el que un elemento mundano como es la sexualidad no puede ser una realidad en la que Dios se revele al hombre.
Está clara la indigencia en la que queda la sexualidad porque se la desgaja de toda experiencia religiosa y, es más, se priva a la corporalidad humana de tal dimensión de trascendencia. Pasa a considerarse como un elemento ajeno a la subjetividad humana, algo que se tiene y se usa, pero que no es fuente de sentido para la existencia del hombre. Esta secularización ha tenido una influencia tan grande en la cultura que sólo en el siglo XX se ha llegado a destacar la pobreza antropológica que esto supone: la ruptura con el valor de misterio.
Con este marco de referencia de la sexualidad, el hombre se valora a sí mismo en este campo como lo que se puede denominar un sujeto secular. Es decir, el hombre se conoce a sí mismo en sus intereses fundamentales que tienen que ver con la construcción de la vida como fuera del orden de la gracia, separado del plan de Dios sobre sí. Al mismo tiempo, por fundarse esta secularización en una conciencia solipsisita, nos hallamos ante un sujeto individual que se encuentra sólo ante su fe en Dios. Esto se debe a que de esa relación íntima se ha excluido toda presencia de la Iglesia. Toda relación entre los hombres, de la cual la primera es la relación hombre-mujer, queda al puro arbitrio humano y se entiende como un acuerdo entre voluntades sin más trascendencia entre ellos.

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