1. El pansexualismo social
En nuestro intento de superar la niebla que ha extendido el pansexualismo en la sociedad, la primera aportación que podemos dar es aclarar qué es en verdad tal pansexualismo. Llegar a definirlo nos permitirá comprender su naturaleza y sus consecuencias. Dar a cada cosa su nombre es el primer modo de vencer la confusión que es uno de sus efectos característicos.
En primer lugar, con tal término no nos vamos a referir a una serie de fenómenos sociales, sino a una auténtica configuración de la sociedad, una propuesta cultural que presenta un modo específico de comprender la realidad sexual y todos los valores morales que están en correlación con la misma. En concreto, este ambiente cultural puede caracterizarse a mi entender por medio de tres principios básicos:
1º) La reducción de la sexualidad a genitalidad, es decir, el calificativo sexual se va a aplicar sólo a lo que conlleve la excitación sexual incluso hasta llegar al goce completo (orgasmo). Se pierde el valor simbólico de la sexualidad que la une en tantas culturas a un significado de trascendencia, a los valores psicológicos ligados a la construcción de la intimidad humana y a los relacionales que llenan de contenidos personales la relación hombre-mujer.
2º) El tratamiento de tal sexualidad como objeto de consumo. Por tanto, los criterios para su realización serán los mismos que rigen cualquier consumo: cuanto más, más rápido y más intenso sea el placer, mejor el sexo. Detrás de este modo de usar la sexualidad surgen una gran cantidad de intereses económicos todo un mercado regido por sus propias leyes que va a ejercer una fuerte presión y se va a extender con muchas ramificaciones. Este segundo aspecto es sin duda una consecuencia del primero, sólo puede convertirse en tal objeto utilizable una sexualidad tan pobre como la genital.
3º) Que reclama la presencia de la genitalidad y su consumo como normal en cuanto hecho e incluso como buena como tendencia social. Es el elemento de valoración moral de la sexualidad tomada ya en su forma genital. Aquí el término "bueno" significa entonces lo mismo que un "bien especial de consumo". De este tipo de juicio se desprende un aprecio real de la presencia sexual en todos los ámbitos de la existencia: no sólo el espectáculo o la prensa; sino también la publicidad, la educación, el ocio (los viajes), el trabajo, la medicina, etc. Esto produce esa omnipresencia de la sexualidad, hasta poder hablar de una auténtica obsesión sexual, es un modo inconsciente de centrar la atención sobre un objeto. La sexualidad entendida como excitación genital se convierte en un fin en sí misma, que estará reforzado por la obsesión sexual que tenga cada persona. Si en algún momento no se hace presente el reclamo sexual se vive como una carencia.
Las tres características mutuamente co-implicadas conforman un círculo que se retroalimenta y que afecta profundamente la comprensión cultural de la sexualidad. Esto ya es de por sí grave, pero lo que queda dañado sobre todo son las personas que encuentran formidables dificultades para poder construir su vida familiar de una forma estable. Es lo que el Directorio de pastoral familiar de la Iglesia en España denuncia con clarividencia: "nos hallamos ante una multitud de hombres y mujeres fracasados en lo fundamental de sus vidas".
Hasta aquí lo obvio de una difícil situación que hay que desenmascarar por encima de todos los intentos políticos de camuflar estos dramas humanos bajo la capa de progreso, de derechos adquiridos y de medios técnicos y psicológicos para resolver todas las situaciones conflictivas. El problema real es de mucho mayor alcance, tiene que ver con la propia configuración de la persona como sujeto moral que actualmente se ve muy débil ante la tarea de constituir su matrimonio y su familia. Es lo que hemos de ver con detenimiento.
II) Claves de esta situación
Empezamos con las claves históricas que nos presentan una compresión adecuada de todos los elementos que están en juego en este hecho. Para eso, vamos a tener en cuenta tres dimensiones personales intrínsecamente relacionadas en el sentido de la sexualidad humana: el marco de comprensión de la sexualidad en sí misma, el modo como el hombre articula su autoconciencia y las consecuencias que ambos elementos tienen en la interpretación cultural de la misma sexualidad. Como ocurre en todo proceso histórico hay que comprender que se hace de modo sintético centrándonos en los elementos significativos sin meternos en más matices. Igualmente, las conexiones que se destacan en estos pasos pueden dar la impresión de un cierto determinismo, en realidad, hay que saber interpretar estos elementos de un modo inverso: es decir ver la relación interna de determinadas categorías que antes de ser pensadas son vividas y que van configurando un modo cultural de comprensión. Nos hallamos pues ante un proceso acumulativo de elementos diversos que van configurando como un sistema cultural. La clave fundamental que está detrás de esta breve presentación es el gran desafío cultural que está detrás de todo ello y en el que consiste exactamente el pansexualismo.
En primer lugar, con tal término no nos vamos a referir a una serie de fenómenos sociales, sino a una auténtica configuración de la sociedad, una propuesta cultural que presenta un modo específico de comprender la realidad sexual y todos los valores morales que están en correlación con la misma. En concreto, este ambiente cultural puede caracterizarse a mi entender por medio de tres principios básicos:
1º) La reducción de la sexualidad a genitalidad, es decir, el calificativo sexual se va a aplicar sólo a lo que conlleve la excitación sexual incluso hasta llegar al goce completo (orgasmo). Se pierde el valor simbólico de la sexualidad que la une en tantas culturas a un significado de trascendencia, a los valores psicológicos ligados a la construcción de la intimidad humana y a los relacionales que llenan de contenidos personales la relación hombre-mujer.
2º) El tratamiento de tal sexualidad como objeto de consumo. Por tanto, los criterios para su realización serán los mismos que rigen cualquier consumo: cuanto más, más rápido y más intenso sea el placer, mejor el sexo. Detrás de este modo de usar la sexualidad surgen una gran cantidad de intereses económicos todo un mercado regido por sus propias leyes que va a ejercer una fuerte presión y se va a extender con muchas ramificaciones. Este segundo aspecto es sin duda una consecuencia del primero, sólo puede convertirse en tal objeto utilizable una sexualidad tan pobre como la genital.
3º) Que reclama la presencia de la genitalidad y su consumo como normal en cuanto hecho e incluso como buena como tendencia social. Es el elemento de valoración moral de la sexualidad tomada ya en su forma genital. Aquí el término "bueno" significa entonces lo mismo que un "bien especial de consumo". De este tipo de juicio se desprende un aprecio real de la presencia sexual en todos los ámbitos de la existencia: no sólo el espectáculo o la prensa; sino también la publicidad, la educación, el ocio (los viajes), el trabajo, la medicina, etc. Esto produce esa omnipresencia de la sexualidad, hasta poder hablar de una auténtica obsesión sexual, es un modo inconsciente de centrar la atención sobre un objeto. La sexualidad entendida como excitación genital se convierte en un fin en sí misma, que estará reforzado por la obsesión sexual que tenga cada persona. Si en algún momento no se hace presente el reclamo sexual se vive como una carencia.
Las tres características mutuamente co-implicadas conforman un círculo que se retroalimenta y que afecta profundamente la comprensión cultural de la sexualidad. Esto ya es de por sí grave, pero lo que queda dañado sobre todo son las personas que encuentran formidables dificultades para poder construir su vida familiar de una forma estable. Es lo que el Directorio de pastoral familiar de la Iglesia en España denuncia con clarividencia: "nos hallamos ante una multitud de hombres y mujeres fracasados en lo fundamental de sus vidas".
Hasta aquí lo obvio de una difícil situación que hay que desenmascarar por encima de todos los intentos políticos de camuflar estos dramas humanos bajo la capa de progreso, de derechos adquiridos y de medios técnicos y psicológicos para resolver todas las situaciones conflictivas. El problema real es de mucho mayor alcance, tiene que ver con la propia configuración de la persona como sujeto moral que actualmente se ve muy débil ante la tarea de constituir su matrimonio y su familia. Es lo que hemos de ver con detenimiento.
II) Claves de esta situación
Empezamos con las claves históricas que nos presentan una compresión adecuada de todos los elementos que están en juego en este hecho. Para eso, vamos a tener en cuenta tres dimensiones personales intrínsecamente relacionadas en el sentido de la sexualidad humana: el marco de comprensión de la sexualidad en sí misma, el modo como el hombre articula su autoconciencia y las consecuencias que ambos elementos tienen en la interpretación cultural de la misma sexualidad. Como ocurre en todo proceso histórico hay que comprender que se hace de modo sintético centrándonos en los elementos significativos sin meternos en más matices. Igualmente, las conexiones que se destacan en estos pasos pueden dar la impresión de un cierto determinismo, en realidad, hay que saber interpretar estos elementos de un modo inverso: es decir ver la relación interna de determinadas categorías que antes de ser pensadas son vividas y que van configurando un modo cultural de comprensión. Nos hallamos pues ante un proceso acumulativo de elementos diversos que van configurando como un sistema cultural. La clave fundamental que está detrás de esta breve presentación es el gran desafío cultural que está detrás de todo ello y en el que consiste exactamente el pansexualismo.