La revolución sexual: La nueva esclavitud
“La adopción de la política radical de control de población pide un método de promulgación que no es sino una nueva filosofía de educación sexual. Debe hacerse que la gente crea en la obligación de limitar la población con objeto de someterse a las restricciones e invasiones de su intimidad”. William Ball. Population Control. 1968.
La revolución sexual es toda una ideología que concita los peores aspectos del pensamiento marxista y neoliberal radical respecto a la sexualidad, la persona y el matrimonio, que alcanza su máxima expresión pseudocientífica en el fraudulento "Informe Kinsey" de finales de los años 40, el cual tuvo sus derivaciones ideológicas en Wilhelm Reich (1897-1957) y Herbert Marcuse (1898-1979), que invitaban a experimentar todo tipo de situaciones sexuales. También es claro el influjo del existencialismo ateo de Simone de Beauvoir (1908-1986) que anunció ya en 1949 su conocido aforismo: "¡No naces mujer, te hacen mujer!".
Pues bien, en el indicado Informe Kinsey se revindica de modo formal la ruptura del polinomio: "matrimonio-amor-sexualidad (varón y mujer)-procreación".
Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado amor libre. Después, la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Luego la práctica de la sexualidad sin amor: hacer sexo, pornografía, etc. Más tarde la producción de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex, y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la sexualidad, de la persona: ya no hay varón y mujer; el sexo es un dato anatómico sin relevancia antropológica; el cuerpo ya no habla de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor; cada cual puede elegir configurarse sexualmente como desee: hombre heterosexual, hombre homosexual, mujer heterosexual, mujer homosexual, transexual. Había nacido la "Ideología de Género", cimentada en la ruptura del bien que significa los conceptos de persona y matrimonio, y, por tanto, en la progresiva debilidad del vínculo conyugal que llevó al aumento de las rupturas matrimoniales y la desintegración física, psíquica y moral de las personas. En este contexto de banalización, hedonismo y relativismo moral es comprensible el "aumento" de la violencia doméstica. De hecho en los países de nuestro entorno cultural donde hay más separaciones y divorcios, es donde más casos de violencia doméstica se dan, en términos proporcionales a la población, mucho más que en España o Polonia, por ejemplo. En efecto, junto a otras causas, los dos factores de mayor riesgo de violencia doméstica son la debilidad del vínculo y el momento de la ruptura entre la pareja o los cónyuges. Ambos factores han aumentado con la llamada "revolución sexual".
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La revolución sexual es toda una ideología que concita los peores aspectos del pensamiento marxista y neoliberal radical respecto a la sexualidad, la persona y el matrimonio, que alcanza su máxima expresión pseudocientífica en el fraudulento "Informe Kinsey" de finales de los años 40, el cual tuvo sus derivaciones ideológicas en Wilhelm Reich (1897-1957) y Herbert Marcuse (1898-1979), que invitaban a experimentar todo tipo de situaciones sexuales. También es claro el influjo del existencialismo ateo de Simone de Beauvoir (1908-1986) que anunció ya en 1949 su conocido aforismo: "¡No naces mujer, te hacen mujer!".
Pues bien, en el indicado Informe Kinsey se revindica de modo formal la ruptura del polinomio: "matrimonio-amor-sexualidad (varón y mujer)-procreación".
Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado amor libre. Después, la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Luego la práctica de la sexualidad sin amor: hacer sexo, pornografía, etc. Más tarde la producción de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex, y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la sexualidad, de la persona: ya no hay varón y mujer; el sexo es un dato anatómico sin relevancia antropológica; el cuerpo ya no habla de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor; cada cual puede elegir configurarse sexualmente como desee: hombre heterosexual, hombre homosexual, mujer heterosexual, mujer homosexual, transexual. Había nacido la "Ideología de Género", cimentada en la ruptura del bien que significa los conceptos de persona y matrimonio, y, por tanto, en la progresiva debilidad del vínculo conyugal que llevó al aumento de las rupturas matrimoniales y la desintegración física, psíquica y moral de las personas. En este contexto de banalización, hedonismo y relativismo moral es comprensible el "aumento" de la violencia doméstica. De hecho en los países de nuestro entorno cultural donde hay más separaciones y divorcios, es donde más casos de violencia doméstica se dan, en términos proporcionales a la población, mucho más que en España o Polonia, por ejemplo. En efecto, junto a otras causas, los dos factores de mayor riesgo de violencia doméstica son la debilidad del vínculo y el momento de la ruptura entre la pareja o los cónyuges. Ambos factores han aumentado con la llamada "revolución sexual".